1 de septiembre de 2014

Acerca de Rayuela

Entre mi propia visión de Rayuela y de la mayoría de sus lectores (entendiendo por mayoría a los jóvenes, muchos más sensibles a ese libro que la gente de mi edad) hay un curioso cruce de perspectivas. "Triste, solitario y final", como dice Raymond Soriano, escribí Rayuela para mí, es decir para un hombre de más de cuarenta años y sus circunstancia - otros hombres y mujeres de más de cuarenta años. Muy poco después, ese mismo individuo emergió de un mundo obstinadamente metafísico y estético, y sin renegar de él entró en una ruta de participación histórica, de apoyo a otras fuerzas que buscaban y buscan la liberación de América Latina. A lo largo de un decenio, problemas considerados como capitales en Rayuela pasaron a ser para mí algunos mucho componentes de la problemática del "hombre nuevo"; la prueba, creo, está en el Libro de Manuel. Así, es mi visión personal de la realidad, Rayuela sigue siendo una primera parte de algo que traté y trato de completar; una primera parte muy querida, seguramente las más hondas de mi ser, pero que ya no aceptado con la exclusividad que le confesarían los propios protagonistas del libro, hundidos en búsquedas donde el egoísmo de tanta introspección y tanta matafísica era la sola brújula.

Pero entonces, sorpresa: en esos diez años de que hablo, Rayuela fue leída por incontables jóvenes del mundo, muchísimos de los cuales eran ya parte en esa lucha que yo solo vine a encontrar al final. Y mientras los "viejos", los lectores lógicos de ese libro escogían quedarse al margen, los jóvenes y Rayuela entraron en una especie de combate amoroso, de amarga pugna fraterna y rencorosa al mismo tiempo, hicieron otro libro de ese libro que no les había estado conscientemente destinado.

Diez años después, mientras yo me distancio poco a poco de Rayuela, infinidad de muchachos aparentemente llamados a estar lejos de ella se acercan a la tiza de sus casillas y lanzan el tejo en dirección al Cielo. A ese cielo, y eso es lo que nos une, ellos y yo le llamamos revolución.

Julio Cortázar (1974)

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