"Quiero pasar la noche extraordinaria,
quiero que sea descalza y sin corpiño."
quiero que sea descalza y sin corpiño."
Polo de lo que Quiero
Cecilia Todd y Gualberto Ibarreto
Una tranquila joven blanca, de cabellera larga y afilada,
con rulos bañados de esencias y encantos, montaba a viajantes en unidades que,
sobre 4 ruedas, largaban tras el paso de caminos hacia el Sur minados de
siembras y sol. Ella cantaba, recitaba y contaba leyendas de cada uno de los
pueblos que dejaban al pasar, regalando
miradas a los viajeros y evocando imágenes y formas de lo que sería la historia
final de las jácaras recreadas en la imaginación de los turistas.
En uno de los viajes al Sur, donde todo el verde se
desvanecía bajo la cintura de la tranquila joven blanca, 14 tripulantes sobre
ruedas se fueron con ella. Los 14 la escuchaban atentamente, silentemente,
maravillada-mente; solo uno quedo extasiado y prendado de las modulaciones de
sus labios rojos cada vez que la joven suspiraba Orinoco y Caroní; solo uno quedó
enganchado en sus muslos cuando ella mostraba con sus dedos la magia sigilosa
de los crepúsculos en la tierra de Manuel Piar; solo uno deseaba estar junto a
ella para desplegar los sudores que La Llovizna se atrevía a rozar en su cándida piel.
Bastaba una mirada para que comenzara el juego entre la lujuria y la ternura.
Una noche, bajo el conejo de la luna, ambos salieron a
caminar junto a los 13. De tanto hablar él ya había olvidado los susurros que
su imaginación le dictaba al recordar sus caderas; no importó. Cuando todos
dormían, la tranquila joven blanca quedaba arreglando los recodos del
día para acomodar los de la siguiente aurora.
- ¿Ves el conejo en la luna? – Inocentemente preguntó él tras reflexionar cómo se conquistan unas piernas como esas – dicen que si dos personas lo ven, como tú y
yo por ejemplo, es porque se gustan.
- ¿Conejo? – Ella alza
la vista y esboza – creo que Manuela y Bolívar no contaron con eso.
Sin embargo, la tranquila joven blanca percibía que él, siendo más tierno en edad, la sabía mirar. ¡Vaya
niño! ¡Vaya tormento!
Bajo el conejo de la luna ambos salieron a caminar ya sin los
13. Reciclando las ganas y exorcizado aquel muchacho le hace una petición a los
labios rojos. Ella cierra sus ojos,
escucha y traduce las palabras inexpertas que valientemente él le reveló:
acércate a mi oído y guíame la respiración, susúrrame Orinoco, el Caroní hasta
que me corra por las venas tu inspiración. Háblame de tus verdes, cuéntame de tus voluptuosas
montañas, que sin rozarlas ya las
imagino como cerecitas de limón jugosas dentro de mi boca. Enséñame tu caminar
sereno, al ritmo de la samba, de esa frontera de la que tan cerca estoy.
La tranquila joven blanca, tiernamente, hizo que se
refugiara en el centro de su universo, para luego mostrarle el camino que tanto
él quería hurgar y como una expedición,
saboreó, olió y disfrutó toda la selva que había entre sus piernas. No hubo
compás de tiempos ni diferencias que le negaran a cada uno su sed de conocer la
mística canción ancestral que radica entre el vientre y la piel.
Así pasaron las 6 lunas ya sin conejo, caminando sin los 13
y explorando la Gran
Sabana entre los escalofríos que producen el deseo y los
secretos que guardaron para siempre en el éxtasis que los elevó tan alto como
el Tepuy.
La tierna joven blanca no volvió a mostrar los mismos
senderos, quiso asegurarlos en su recuerdo.
Mientrras tanto, él volvió al Sur sin encontrar el mismo camino.