11 de septiembre de 2012

Azules


Isla Larga.  Pto. Cabello - Edo. Carabobo.Venezuela


"Cuando la mar, la mar se torna apaciguada, calmada,
suele la mar robar azules de los cielos.
Se quita, ella se quita su gris, su opaco velo, su velo,
mientras se empieza a despedir la madrugada" 
La Mar, la mar
Henry Martínez
 

Desde muy pequeña viajo por las carreteras de este país que se empeña en complacernos a través de sus paisajes y sus nobles sonrisas que pregonan calidez, regocijo y atención de primera a cualquier ser que se asuma como viajero sin pretensiones, solo descubriendo y descubriéndose a sí mismo mediante las historias, comidas y plazas que dan por sentado vivencias que a niveles teóricos, se hacen reales.

Cada pueblo, ciudad y caserío tiene un pasado, y aquellos que logren sensibilizarse ante las anécdotas contadas por sus vivientes y otros supervivientes, encontrarán la magia de entender el presente de nuestra rica Venezuela.

De 155 naciones, me enorgullece pertenecer al noveno país más feliz del mundo. A continuación les contaré, desde una de mis experiencias, por qué. (*)

Un día, con morral y manta en mano, emprendí el camino de gente, buses, pasajes y paisajes.

El sol, como de costumbre, brillaba apenas a las 6:30 de la mañana, día perfecto para observar a través de reflejos las miradas que se cruzan para saludarse sin medida.

Comenzaron los llamados estruendosos que generalmente ofrecen los destinos que no interesan en ese momento. Me invadía la corriente decidida y el camino que atravesar. Solo un libro y el “Walkman” con cassette mezclado de Pablito, Témpano, 4:40, Silvio, Simón, Cecilia y mis boleros, me acompañaban en la travesía placentera de reconocerme como ciudadana y una “muchacha recientemente mayor de edad”, quien extrañamente, le gustaba recorrer los caminos únicamente como su gran diversión.

Audífonos competían con los sonidos que me acompañaban; las carcajadas, músicas e historias que se disparan unas con otras, y que luego de aquel festín de gestos autóctonos, se despiden hasta la caída del sol.

En mi morral,  sonreía una circunferencia de maíz pre cosido, rellena de grasa amarilla con leche de vaca que sacude a cualquier paladar que las visita y conoce, sin faltar el delicioso café con leche comprado del señor sentado en los bancos del terminal: Ya viene con azúcar señorita… y bien refinada – me decía con preocupación. Ay! – le respondí- que rico!. Espero que la leche sea bien completa! Nos reímos y comprendimos el valor de darnos los gustos necesarios para el disfrute pleno de los momentos. Bastaba esa cantidad de calorías para aguantar el próximo encuentro culinario.

Cargada de magnetismo morralero y playero me adentré al estado de las Naranjas Dulces que no había llegado a probar. Sentí el estreno del sol muy cerca y el olor a aceite que tantos Dominó, calamares y pabellones se han cocinado. De costumbres y tradiciones, era parada segura y obligada a esa isla de vendedoras reilonas, y disfrutar la gracia increíble de expandir, rellenar, echar, retirar, servir y cobrar esas marcadas y puntiagudas señoritas acabadas de salir de un caldero ardiente. Por supuesto, ¡exquisitas!


Cuando ya el calor desvanecía y sin cansarme de admirar los azules al pasar, solo la certeza de saberlos cerca me abanicaba el alma.

Era un peñero bastante grande que mostraba las travesuras de los peces y estrellas de mar. Le trovábamos a la luna nocturna, aquella que nunca se cansa de escuchar los valses de lucha, ni a los amantes con sus sirenas dispuestas a cantar.

El bote se balanceaba sobre las manos que entonaban cuerdas  y sonaban frágiles ante tanta quietud y  placer. Nosotros, los invitados de Isla Larga, éramos cuidadosos de no interrumpir tal tranquilidad y paz.

Cada estrella revoloteaba alrededor nuestro, y en un momento, la candidez que el pasado asoma. Reímos, jugamos… eso queda! Tras la bruma, se escuchaba la fortaleza que tiene la calma y tuve la valentía de sentirla.

Finalmente, amaneció con silencios de pelícanos que llegaban a ofrecer los buenos días a quienes, trasnochados de escuchar el mecer de las olas, se levantan para saludar con reverencia a los diversos colores que derrochaban su noble belleza. Los azules no eran más que las miradas vistas durante el viaje, transparentes, sin nada que esconder, solo eran lo que somos… costa, pueblo, GENTE!

Así lo vivo. Ese olor a pescado, a bruma, el sol que te espanta hacia la sombra y la brisa que peina las palmeras, es lo que  admiro de tanta rica y ostentosa sencillez, esa ingenuidad que tanto persiguen para abrillantarla con panfletos de Nortes y sueños dolarizados.

Sin embargo, cada paisaje es el recuerdo de una sutileza que nos amanece en la quietud fortalecida de una Patria que ahora valemos conscientemente. Mi terruño despierta y desayuna con nosotros los manjares que nuestra cultura y antepasados nos dejaron como legado para defender.

No más el corazón, mis pies y un morral me bastaron para continuar, por mucho tiempo, mostrar a quienes llevan estas indumentarias, perfiles de lo que somos. Entre azules, aún desayuno!


La Mar, la mar
Autor: Henry Martínez
Interpretada por Cecilia Todd
Género: Polo Margariteño
 

                                  

*Fuente: Venezuela es el noveno país más feliz del mundo http://www.correodelorinoco.gob.ve/nacionales/venezuela-es-noveno-pais-mas-feliz-mundo/