6 de mayo de 2014

Respiro...


Nuestra naturaleza es súbita, acumulada en cada dentífrico que al mirarse en el reflejo del  propio amor, la razón vuelve a tirarse al piso para mostrarnos la malcriadez que la deshonra.

Vuelvo a la candela sazonada de mis sudores de ayer, de antier, de siempre, para volverme agua que se transforma en el caldo de tu pícara testarudez que precisa respirar mis sentidos.

¿Sabes? Hay nichos que transfiguran la vida. Apuesto a la muerte sin tierra que me arrope, aquella que se desplaza en silencio arrojada al mar, sin papeles que perturben las lágrimas que, a voluntad de sí mismo, esbozan el espíritu del egoísmo que añoran esa verdadera libertad de volar.

El caso está en nuestra magia ineludible, de sabernos merecidos y complacidos por lo que somos, inclusive, en esos momentos de insatisfacción propia.

Mientras el niño aprende amar sin razones, yo desaprendo amar con razones... y respiro.