
La primera imagen que me viene a la mente, son las enseñanzas que por generaciones inculcan a las niñas "del hogar", "del bien" para no caer en "¿el mal?". Lo más irónico del asunto, es contemplar ya de adultas, las vidas complejas que nuestras antecesoras madres, abuelas y más allá, indulgentemente llevaron para tratar, por todos los "cielos"!!!, no caer en las tentaciones. Ahora, muestran con carcajadas lo que callaron, lo que evitaron y hasta lo que amaron verdaderamente.
En una cultura bastante hostil e injusta para las mujeres, a continuación el texto que les traigo, extraído del libro "Mujeres que corren con los lobos" del capítulo "La Justa Cólera", más que un llamado a no autoreprimirnos, es un pasaje a la reflexión sobre el manejo de situaciones que diariamente recibimos a todo y en todo nivel: irrespetos, desconsideraciones, falsedades y amenazas, y que no actuamos sobre algunos escenarios para ser ante ¿quién?... aquellos que entre nosotras mismas denominamos... "ser toda una dama". Mmmmmm, pues, Ja! me rio ante eso.
Sabemos que la mayoría de las veces, nos mostramos ajenas o nos hacemos la vista gorda ante algunos contextos, con la noble intención de alejar de nosotras cualquier tipo de mal sentimiento y deseo en nuestra mente (sobre todo para aquellas que tenemos plena convicción en el amor y en la Ley del Bumeran), sin embargo, el poder de esta sumisión es dado por nuestro empeño de dejar de hablar, sinceramente, de nuestros miedos y NO mostrar debilidad alguna (Sentimientos tan libres como la alegría y el perdón). Al contrario, les aseguro, compañeras, que manifestarnos ante ello, nos ¡fortalece!
Canción: Malo
Intérprete: Bebé
http://www.youtube.com/watch?v=G9q_ao91Now&ob=av2e
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Muchas
mujeres son tan sensibles como la arena a la ola, los árboles a la cualidad
del aire, la loba a la presencia de otra criatura en su territorio desde más
de un kilómetro de distancia. El espléndido don de estas mujeres es el de ver,
oír, sentir, recibir y transmitir imágenes, ideas y sentimientos con la
celeridad de
un rayo. Casi todas las mujeres pueden percibir el más mínimo cambio en el
humor de otra persona, pueden leer rostros y cuerpos —con eso que se llama la
intuición— y, por medio de un sinfín de minúsculas claves que se unen para facilitarle
información, adivinar lo que encierran las mentes. Para utilizar estos dones salvajes, las mujeres tienen que permanecer abiertas a todo. Sin embargo, esta
misma apertura hace que sus límites sean vulnerables y las deja expuestas a las lesiones
del espíritu.
Puede
imponer su propia voluntad a los que dependen de ella o puede amenazarlos con
el término de la relación o la retirada del afecto. Puede abstenerse de hacer
una alabanza o de reconocer el mérito de alguien y comportarse en general como
si tuviera los instintos heridos. Está demostrado que la psique de la persona que
trata a los demás de esta manera se encuentra bajo los efectos de un fuerte ataque de un
demonio que le está haciendo exactamente lo mismo a ella.
Muchas
mujeres en esta situación deciden lanzarse a una campaña de limpieza y
resuelven dejar de ser antipáticas y mostrarse amables y generosas. Es una
decisión encomiable y un alivio para cuantos rodean a la mujer, siempre y cuando ésta no
se identifique demasiado con el hecho de ser una persona generosa…
De
igual modo, la mujer que evita todos los enfrentamientos se va encontrando cada
vez mejor. Pero se trata de una situación transitoria. Éste no es el aprendizaje
que andamos buscando. El aprendizaje que andamos buscando consiste en saber cuándo
podemos dar rienda suelta a la justa cólera y cuándo no.
Por
regla general, los lobos evitan los enfrentamientos, pero, cuando
tienen que defender su territorio o cuando algo o alguien los acosa o los acorrala
sin cesar, estallan con la impresionante fuerza que les es propia. Ocurre muy
raras veces, pero la capacidad de expresar su cólera figura en su repertorio y también
tendría que figurar en el nuestro.
Se
han hecho muchas conjeturas acerca del temor y los temblores que el impresionante
poder de una mujer enfurecida es capaz de producir en los demás.
Pero
eso constituye a todas luces una excesiva proyección de las angustias
personales del observador, de la que no cabe culpar en justicia a la mujer. En su psique
instintiva la mujer tiene la capacidad de enfurecerse en grado considerable cuando
se la provoca y no cabe duda de que eso es un poder. La cólera es uno de
los medios innatos que ella posee para poder desarrollar una actividad creativa y
conservar los equilibrios que más aprecia, todo
aquello que ama verdaderamente.
No
sólo es un derecho sino que, en determinados momentos y en ciertas circunstancias,
constituye para ella un deber moral. Lo
cual significa que llega un momento en que las mujeres tienen que enseñar los
dientes, exhibir su poderosa capacidad de defender su territorio y decir "Hasta
aquí y no más, se acabó lo que se daba, prepárate, tengo algo que decirte, ahora verás lo
que es bueno".
Hemos
visto por tanto que nuestro propósito es convertir la rabia en un fuego
que cocina cosas y no en el fuego de una conflagración. Hemos visto también que
la tarea de la cólera no se puede completar sin el ritual del perdón.
Hemos
dicho que la cólera de las mujeres deriva a menudo de la situación de su familia
originaría, de la cultura que la rodea y, a veces, de un trauma sufrido en la
edad adulta. Sin embargo, cualquiera que sea la fuente de la cólera, algo tiene que ocurrir
para que la mujer la identifique, la bendiga, la reprima y la libere.
Hay
un momento en nuestra vida, por regla general al llegar a la mediana edad,
en que una mujer tiene que tomar una decisión, posiblemente la decisión psíquica
más importante de su vida futura, y es la de sentirse amargada o no.
Las
mujeres suelen llegar a esta situación al final de la treintena o principios de la
cuarentena. Están hasta la coronilla de todo, están "hasta el gorro",
están que "ya
no pueden más". Es posible que sus sueños de los veinte años se hayan
marchitado. Puede
que haya corazones rotos, matrimonios rotos, promesas rotas. Un
cuerpo que ha vivido mucho tiempo acumula escombros. Es algo inevitable.
Pero
si una mujer regresa a la naturaleza instintiva en lugar de hundirse en
la amargura, revivirá y renacerá. Cada año nacen lobeznos. Suelen ser unas criaturitas
de ojos adormilados con el oscuro pelaje cubierto de tierra y paja que no
paran de gimotear, pero que inmediatamente espabilan y se muestran juguetonas y
encantadoras Y sólo quieren estar cerca y recibir mimos. Quieren jugar, quieren
crecer. La mujer que regresa a la naturaleza instintiva y creativa volverá a
la vida. Sentirá deseos de jugar. Seguirá queriendo crecer tanto en profundidad como en
anchura. Pero primero ha de tener lugar una purificación.
Las mujeres (y los hombres) tienden a dar por
terminados los acontecimientos pasados diciendo "Yo/él/ella/ellos hicieron
todo lo que pudieron". Pero el hecho de decir "hicieron lo que pudieron"
no equivale a perdonar. Aunque fuera cierta, esta perentoria afirmación excluye la
posibilidad de sanar. Es algo así como aplicar un torniquete por encima de una profunda
herida. Dejar el torniquete más allá de un determinado período de tiempo
provoca gangrena por falta de circulación.
El hecho de reprimir la cólera y el dolor no sirve
de nada. Si el instinto de una mujer ha resultado herido,
ésta se enfrenta con varios retos relacionados con la cólera. En primer lugar,
suele tener dificultades para reconocer la intrusión; tarda en percatarse de las
violaciones territoriales y no percibe su propia cólera hasta que ésta se le echa encima.
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Sakineh Mohammadi. Mujer iraní condenada a muerte por adulterio |
Este desfase es el resultado de la lesión de los
instintos de las niñas, causada por las exhortaciones que se les suelen hacer a no
reparar en los desacuerdos, a intentar poner paz a toda costa, a no intervenir
y a resistir el dolor hasta que las cosas vuelvan a su cauce o desaparezcan
provisionalmente. Tales mujeres no actúan siguiendo el impulso de la cólera que
sienten sino que arrojan el arma o bien experimentan una reacción retardada
varias semanas, meses o incluso años pués, al darse cuenta de lo que hubieran
tenido o podido decir o hacer.
Tal comportamiento no suele deberse a la timidez o
a la introversión sino a una excesiva consideración hacia los demás, a un
exagerado esfuerzo por ser amable en perjuicio propio y a una insuficiente
actuación dictada por el alma. El alma salvaje sabe cuándo y cómo actuar, basta que
la mujer la escuche. La reacción adecuada se compone de perspicacia y una adecuada
cantidad de compasión y fuerza debidamente mezcladas. El instinto herido
ha de curarse practicando la imposición de unos sólidos límites y practicando
el ofrecimiento de unas firmes y, a ser posible, generosas respuestas que
no cedan, sin embargo, a la tentación de la debilidad.
La cólera colectiva
La cólera o la rabia colectiva es también una
función natural. Existe el fenómeno de la lesión de grupo, el dolor de grupo. Las
mujeres que adquieren conciencia social, política o cultural descubren a menudo la
necesidad de enfrentarse con la cólera colectiva que una y otra vez les
recorre el cuerpo.
Desde un punto de vista psíquico es saludable que
las mujeres experimenten semejante cólera. Y es psíquicamente saludable que
utilicen esta cólera derivada de la injusticia para buscar los medios capaces de
producir el cambio necesario.
Pero no es psicológicamente saludable neutralizar
la cólera con el fin de no sentir nada y, por consiguiente, no exigir la
evolución y el cambio. Tal como ocurre con la cólera de carácter personal, la
cólera colectiva es también una maestra.
Las mujeres pueden consultarla, hacerle preguntas
en solitario o en compañía de otras mujeres obrar en consecuencia. Existe una
diferencia entre el hecho de llevar dentro una antigua cólera incrustada y el de
agitarla con un nuevo bastón para ver a qué usos constructivos se puede aplicar.
La cólera constructiva se puede utilizar con provecho como motivación para la búsqueda o el ofrecimiento de apoyo, para la
búsqueda de medios que induzcan a los grupos y a los ndividuos al diálogo o para
exigir responsabilidades, progreso y mejoras. Ésos son los procesos que las
mujeres que adquieren conciencia han de seguir en las pautas de comportamiento. El
hecho de experimentar unas profundas reacciones ante la falta de respeto,
las amenazas y las lesiones forma parte de una sana psique instintiva. La
reacción vehemente es una parte lógica y natural del aprendizaje acerca de
los mundos colectivos del alma y la psique.